Rosa silvestre
Lucía era fotógrafa, viajaba por el mundo tratando de capturar
momentos, instantes. Las fotos eran su refugio, la cámara su escudo, detrás de
ella podía resguardarse y observar la vida: las tristezas y las alegrías de
otros. Pero en realidad había escogido la soledad.
Años atrás había estado a punto de casarse con el hombre perfecto para
su corazón. Se llamaba Héctor y era jardinero, amaba a las plantas pero el
destino se interpuso y en una trágica madrugada le arrebato sus sueños. Desde
la muerte de Héctor nadie más había hecho vibrar su corazón.
Su ilusión, volverse a enamorar. Su realidad, una inmensa soledad.
Vivía sola, ni mascotas ni plantas (por alguna extraña razón siempre
morían). Sus vecinos Julio y Eduardo eran sus mejores amigos, sus confidentes.
Pero ni siquiera ellos sabían de la rosa de los domingos.
Cada domingo a la mañana, al abrir la ventana de su dormitorio se
encontraba con una rosa silvestre. No podía imaginar cómo llegaba la
flor a su ventana. Ya que vivía en un décimo piso y no es muy
sencillo escalar las paredes sin ayuda de cuerdas o andamios.
Pero todos los domingos le obsequiaban una perfumada rosa. ¿Quién
podría ser? No había un hombre que se fijará en ella, o quizás no sabía leer
las señales…
Pero igual era extraño, cada domingo una rosa. Cada domingo un
misterio…
Por la calle caminando, mirando, escudriñando a los hombres. Pensando
¿quién? ¿cómo? ¿por qué? ¿desde cuándo?
Una noche estrellada, confesó sus incertidumbres a la Luna. Esperando
que ella le ayude, pero la noche le respondió con una estrella fugaz. Aunque no
supo si pedirle un deseo o tomarla como una señal…
El sábado siguiente se armó de valor, cargo la batería de la cámara de
video y decidió esperar. El domingo se encontró con una hermosa rosa perfumada
y la video sin batería. En las imágenes no había hombres, ni
andamios, ni cuerdas. No había nada, salvo un par de aves que trinaban.
Otra semana de incertidumbres, de dudas, de esperanza de ilusiones:
¿quién?, ¿cómo?, ¿por qué?
Llegó el verano, el calor, las noches estrelladas y el ansia del amor.
Pero esa rosa semanal la llenaba de esperanzas, de ilusiones…
Un amanecer, un domingo con su amanecer de trasnochado sábado recibió
la respuesta a sus plegarias; supo quién era su romeo enamorado, su misterioso
y secreto admirador.
Estaba sentada en su sillón, meditando
sobre los misterios del amor, acariciando la foto de aquel a quien nunca pudo
olvidar. De pronto, unos aleteos sobresaltan su corazón. Un trino, fuerte pero
que seductoramente llevaba paz a sus latidos, endulzó poco a poco sus oídos.
Cuando abrió los ojos se encontró con una hermosa rosa color carmín sobre su
regazo, y un pájaro que nunca había visto en ninguno de sus viajes la
observaba. Al pasar volando a su lado rozó con sus alas sus cabellos, y al
voltearse Lucía para verlo salir por la ventana, ahogó un grito de sorpresa al
ver en el reflejo de la ventana el rostro de Héctor que partía hacia el oriente
en busca del sol…
Traducción al alemán: Ruth Schwittay
Heckenrose
Lucía war Fotografin, sie reiste oft um die ganze Welt und versuchte
Momente, Augenblicke einzufangen. Fotos waren ihre Zuflucht, die Kamera ihr
Schild, hinter dem sie sich in Sicherheit bringen und das Leben beobachten
konnte: den Kummer und die Freuden von Anderen. Aber in Wirklichkeit hatte sie
sich für die Einsamkeit entschieden.
Vor Jahren war sie nahe daran gewesen mit dem für ihr Herz perfekten
Mann zu heiraten. Er hieß Héctor und war Gärtner gewesen, er liebte die
Pflanzen, aber das Schicksal griff ein und entriss ihr ihre Träume an einem
tragischen Morgengrauen.
Seit Héctors Tod hatte niemand mehr ihr Herz schwingen
lassen können.
Ihre Illusion, sich wieder zu verlieben. Ihre Realität, immense
Einsamkeit.
Sie wohnte allein, weder Haustiere noch Pflanzen (aus irgendeinem
seltsamen Grund gingen sie ihr immer ein). Ihre Nachbarn Julio und Eduardo
waren ihre besten Freunde, ihre Vertrauten. Aber selbst sie wussten nichts von
der Rose sonntags.
Jeden Sonntagmorgen, wenn sie das Fenster ihres Schlafzimmers öffnete,
fand sie eine Heckenrose. Sie konnte sich nicht vorstellen, wie die
Blume wohl auf ihre Fensterbank kam. Sie wohnte im zehnten Stock und es ist
nicht leicht, an den Wände ohne Hilfe von Seilen oder Gerüsten hochzuklettern.
Aber jeden Sonntag wurde ihr eine duftende Rose geschenkt. Wer konnte
es wohl sein? Es gab keinen Mann, der nach ihr schaute, oder vielleicht konnte
sie die Anzeichen einfach nicht lesen...
Trotzdem war es seltsam; jeden Sonntag eine Rose. Jeden Sonntag ein
Rätsel...
Wenn sie auf der Straße einherging, betrachtete sie die Männer. Dachte:
Wer wohl? Wie? Warum? Seit wann?
In einer sternklaren Nacht gestand sie dem Mond ihre Zweifel. Sie dachte,
dass er ihr vielleicht würde helfen können, aber die Nacht antwortete ihr mit
einer Sternschnuppe. Sie konnte dabei aber weder einen Wunsch äußern noch sie
als ein Vorzeichen nehmen...
Am nächsten Samstag wappnete sie sich, lud die Batterie der Videokamera
auf und entschloss sich zu warten. Am Sonntag fand sie eine herrliche und
duftende Rose, und die Videokamera ohne Batterie. Auf den Aufnahmen waren weder
Männer noch Gerüste noch Seile. Nichts war dort, nur ein paar zwitschernde
Vögel.
Wieder eine Woche voller Ungewissheit, Zweifel, Illusionshoffnungen:
Wer? Wie? Warum?
Der Sommer kam, die Hitze, die sternklaren Nächte und das Verlangen
nach Liebe. Diese wöchentliche Rose erfüllte sie voller Hoffnung, Illusionen...
An einem
Morgengrauen, einem Sonntag in der Dämmerung des übernächtigten Samstags,
erhielt sie die Antwort auf ihre Gebete; sie erfuhr, wer ihr verliebter Romeo,
ihr rätselhafter und geheimer Verehrer war.
Sie saß auf ihrem Sessel, meditierte
über die Geheimnisse der Liebe, und streichelte dabei über das Foto dessen, den
sie niemals hatte vergessen können. Auf einmal erschütterte ein Flattern ihr
Herz. Ein Zwitschern, laut aber verlockend, brachte ihrem Herzklopfen Ruhe, versüßten
nach und nach ihre Ohren. Als sie ihre Augen öffnete, fand sie eine herrliche
karminrote Rose auf ihrem Schoss, und ein Vogel, den sie noch nie auf ihren
Reisen gesehen hatte, beobachtete sie. Als er an ihr vorbei flog, berührte er
ihr Haar mit seinen Flügeln, und als Lucía sich umdrehte, um zu sehen wie er
aus dem Fenster flog, erstickte sie einen Schrei der Überraschung als sie im
Fenster das Spiegelbild von Héctors Gesicht sah, der sich auf der Suche nach
der Sonne in Richtung Osten auf den Weg machte...
Veröffentlicht von Lubel in:
Übersetzung ins Deutsche: Ruth
Schwittay